viernes, 3 de diciembre de 2010

Siete pioneros del Petlatlán sinaloense

SIETE PIONEROS DEL PETLATLÁN SINALOENSE

Trabajo presentado como ponencia en
                                                                                            el XXIV Congreso   Nacional de Cronistas,
                                                                                            Iguala, Gro.  (2002)


El magnífico señor don Beltrán de Guzmán, sangriento conquistador del Occidente de México, llegó a lo que hoy es Culiacán en 1531. Sus capitanes, igualmente rudos e insensibles, incursionaron al actual Norte de Sinaloa en plan de conquista, pero hubo otros personajes, soldados y misioneros que llegaron a estas mismas tierras trayendo diferente propósito. De estos, escogí siete  personajes, cuyo paso por el valle del río Petatlán marcó hitos en la historia de Sinaloa: Alvar Núñez Cabeza de Vaca, universalmente conocido por su viaje a pie por desiertos y pantanos durante ocho años; Antonio Ruiz cronista de la conquista del valle del río Sinaloa; el capitán Pedro de Montoya, fundador de la Villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa, el gobernador Pedro Porter de Casanate, un pionero de la exploración de California; el almirante Isidro de Atondo y Antillón, compañero del padre Eusebio Kino en su aventura en California y el padre Gonzalo de Tapia fundador, en 1592 de la misión matriz de todas las misiones del Occidente de México y por supuesto el acaudalado y culto sacerdote jesuita Martín Pérez Quiroga y Ponce de León, compañero del padre Tapia quien, cuatro largos años antes que padre Villafañe, haría de Guasave pueblo de visita. Todos ellos tienen pertinente significación en la historia del municipio de Guasave.

ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA 
El aventurero prodigioso

Margo Glantz  en su libro Viaje sentimental cita al maestre Juan de Ocampo, quien dice de Alvar Núñez Cabeza de Vaca: “...(era) animoso, noble, arrogante, los cabellos rubios y los ojos azules y vivos, barba larga y crespa, era Álvar un caballero y un capitán a todo lucir de quien las mozas del Duero enamorábanse mientras los hombres temían su acero”. No es de extrañar pues, que durante sus exploraciones, aventuras  y funciones oficiales, ejerciera una hipnótica influencia sobre los habitantes de las comunidades, indígenas y no, del Nuevo Mundo.
La valentía era una cualidad de Cabeza de Vaca,  quien se había distinguido como soldado en las campañas de Italia, España y Navarra desde 1511, casi un decenio antes de que Hernán Cortés consumara la conquista de México. Tenía pues marcada relevancia social y militar.
La aventura comienza:  A diez y siete días del mes de Junio de mil quinientos y veinte y siete partió del puerto de Saint Lucas de Barrameda el governador Pánphilo de Narváez, con poder y mandato de Vuestra Magestad para conquistar y governar las provincias que están desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Florida”. Con estas palabras, que asimismo pertenecen a la Carta de Relación escrita al rey Carlos I de España y V de Alemania, se inicia el relato de una de las más estrujantes aventuras de que haya sido protagonista un hombre en los últimos cinco siglos. De los seiscientos hombres embarcados en la flota a las órdenes del capitán Narváez, solo sobrevivieron cuatro: El Tesorero y Alguacil Mayor de la flota: Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el capitán Alonso del Castillo Maldonado, el teniente Andrés Dorantes de Carranza  y un esclavo alárabe, natural de Azamor  llamado Estebanico.
Frente a las costas de la península de Florida, una tormenta hizo naufragar las naves, se salvaron ochenta personas quienes fueron muriendo una a una ante las terribles condiciones que enfrentaron. Cabeza de Vaca cayó en manos de una tribu de indígenas que lo redujeron a esclavitud, pero el hombre, cuyo periplo de casi ocho años apenas comenzaba, logró liberarse  merced de curaciones, quizá relativamente fáciles para un español instruido del siglo XVII, pero  milagros ante los ojos primitivos de quienes poblaban los pantanos de La Florida.
Precedido por su fama de curandero, hechicero y taumaturgo, inició un viaje hacia el poniente. Realizando curaciones y ejecutando sorprendentes actos de “magia”, logró reunirse con sus compañeros de infortunio: Dos militares  supervivientes y el negro esclavo alárabe quien fue tratado como igual entre iguales.  Aunque desnudos, la personalidad  de Cabeza de Vaca distinguía su liderazgo y capacidad para salir incólume enfrentando desiertos, pantanos, soles coruscantes, animales feroces y tribus hostiles.  
En  1536, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, sus tres compañeros europeos y  casi un centenar de indígenas de la alta pimería, ópatas y névomes encontró en Ojitos, cerca del río del Fuerte, a un grupo de soldados de Nuño Beltrán de Guzmán, comandados por Diego de Alcaraz en busca de indígenas para esclavizarlos. El grupo llegó al río Petlatlán donde los indígenas que lo acompañaban se aposentaron en la margen izquierda de este río, fundando el pueblo de Bamoa, Guasave, bajo el protocolo de un escribano real para evitar ser puestos en esclavitud. Con esta acción protectora para sus amigos, Cabeza de Vaca puso punto final a su impresionante y azaroso viaje a pie desde Florida, es decir del océano Atlántico al Pacífico por las dilatadas regiones que hoy son de Florida, Texas, Arizona, Tamaulipas, Coahuila, Sonora y Sinaloa.
El emperador Carlos V confirió permiso a Alvar Núñez Cabeza de Vaca para que armara una expedición al Río de la Plata, con las prerrogativas de adelantado para el caso de que hubiera muerto Ayolas. Cabeza de Vaca arribó a Santa Catalina en 1540, desde donde emprendió la travesía por tierra hasta  Asunción, Paraguay, adonde llegó en Marzo de 1542.
Su espíritu indomable sumó otro hito de su casi interminable rosario de exploraciones pues recorrió la región del Chaco y el río Iguazú, donde descubrió. “En 1541, el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca mientras cruzaba la costa atlántica desde el estado brasileño de Santa Lucía hasta Asunción del Paraguay descubrió los "Saltos de Santa María" las famosas cataratas. Formadas por más de 3 kilómetros de saltos de una altura media de 80 metros, las Cataratas del Iguazú -en guaraní "agua grande"- las cuales superan a las del Niágara, especialmente por su tamaño, hermosura y colorido.
          Cabeza de Vaca  plasmó sus emocionantes aventuras en su libro Viajes y Naufragios en el cual describió, con elegante prosa y brillante exactitud lugares y sucesos.
Después de haber realizado sus portentosas exploraciones, fue acusado de malversación de fondos ante el rey de España por enemigos a quienes no convenía su política de acercamiento y protección de los indígenas, fue sujeto a un proceso y no solo absuelto sino que llegó a ser nombrado Magistrado del Tribunal Supremo de Sevilla, donde murió en España, el año de 1557; había nacido en Jerez de la Frontera en 1490. Un hombre excepcional cuyo naufragio y las vicisitudes de su  viaje a pie por pantanos y desiertos, esté considerado como una de las más grandes epopeyas de todos los tiempos.

EL CAPITÁN ANTONIO RUIZ  
Cronista de San Phelipe y Santiago de Sinaloa

Cuando Francisco de Ibarra llegó a Sinaloa en 1554, figuraba entre su tropa el soldado Juan Ruiz quien traía a su pequeño hijo Antonio “de unos dos años a lo más”.  Siendo todavía muy joven, Antonio Ruiz tomaría las armas en 1568, y ya como soldado, asistió a la fundación de la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa en el 30 de abril de 1583.
Alboreando el siglo XVII, Antonio Ruiz escribió su famosa Relación, una de las más bellas y prolijas crónicas de la historia del valle del río Petatlán;  cuyo contenido ha permitido conocer de primera mano tanto los primeros años de la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa como las primeras acciones desarrolladas en la misión de San Felipe y Santiago de Sinaloa, el primer asentamiento jesuita en Sinaloa, pues el relato cubre el período transcurrido entre 1583 y 1596, cuando  el padre Gonzalo de Tapia fue asesinado (11 de junio de 1594), y el  padre Martín Pérez, asimismo sacerdote jesuita, quedó a cargo de la misión.
No ha sido fácil encontrar sus antecedentes familiares pero Nakayama nos dice: Se tiene conocimiento de un Antonio Ruiz “...vezino de Guadalajara, y natural de la ysla Spañola, e hijo de Juan rruiz, e que... fue soldado de Francisco Vázquez Coronado (cuando inició su viaje) a Cibola... y touvo yndios en la villa del Espiritu Santo, y por haberse despoblado, los dexo...”. Son los únicos datos que se han podido obtener para identificar a su  padre, Juan Ruiz. Existe, además otro dato: hacia 1583, vivía en Culiacán un Antón(io) Ruiz, “... hijo de Joan Ruiz, vezino de Guadalaxara, nieto de Joan Ruiz...casado con María Álvarez...”
Cuando a fines de enero de 1582, el capitán Pedro de Montoya, fue enviado a reconquistar la provincia de Sinaloa, buscó soldados en Culiacán; ahí vivía Antonio y lo reclutó junto a otros 35 hombres pero, dice el mismo Ruiz: “Rodrigo de Gámez y Antonio Ruiz, por no haber estado listos, salieron el dos de febrero de ese año”. Al fundar la villa de Santiago y Felipe de Sinaloa y designar autoridades, Ruiz fue nombrado escribano; al poco tiempo cuenta él mismo: “fue hasta Culiacán y trajo a su esposa y a su hermana, hermana de ella y fueron las dos primeras mujeres que entraron al poblado”.
La población comenzó a atraer españoles pero los indígenas no estaban acostumbrados a malos tratos y surgieron serias fricciones culminando en un enfrentamiento: los hispanos llevaron la peor parte; el capitán Pedro de Montoya, fundador y jefe de la villa murió en la batalla. Furibundo, el gobernador Hernando de Bazán organizó, en abril de 1585, una expedición punitiva. Envió al capitán Gonzalo Martínez, al frente de 18 soldados. Los indígenas volvieron a masacrarlos, pereciendo el capitán Martínez y 16 de sus hombres. El poblado, entonces vino a menos pues solo quedaron 5 hispanos: Juan Caballero, Juan Martínez del Castillo, Bartolomé de Mondragón, Tomás de Soberanes y Antonio Ruiz, quienes se consideran segundos fundadores de la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa.
A principios de 1591, Antonio Ruiz, nombrado Capitán, era alcalde mayor del asentamiento, donde vivía acompañado de 8 españoles: sus cuatro antiguos compañeros y otros cuatro recién llegados;  por fortuna, para la Villa, los jesuitas Gonzalo de Tapia y Martín Pérez fundaron en 1592 la primer misión del noroeste de Sinaloa y la prosperidad llegó al poblado.
Se ignora el lugar, y la fecha en que murió Antonio Ruiz, pero consta que en 1603 aún vivía en la villa mencionada, pues, capitán Francisco de Urdiñola, gobernador de Nueva Vizcaya  levantó una información testimonial y Antonio Ruiz fue uno de los deponentes.
En una época en que los soldados hispanos, rudos y ambiciosos dejaban cualquier actividad cultural para ir tras los metales preciosos y las hermosas hembras indígenas, este valiente militar reclutado desde los 14 años, tuvo tiempo para crear una familia y adquirir habilidad literaria.
         Para terminar citaré a Antonio Nakayama: “Si Ruiz no tuviera los méritos de ser uno de los fundadores de la villa de Sinaloa y de haber desempeñado un papel decisivo en la conquista de la provincia, bastaría su “Relación” para que tuviese un sitio distinguido en la historia de Sinaloa; por sus páginas, escritas a finales del siglo XVI, desfilan caudillos, soldados, frailes e indígenas y con sencilla amenidad relata los hechos de armas que los castellanos libraron para proteger sus vidas y la penetración española. Sin embargo, Ruiz se significó por su amor a las letras. Sin temor a equivocarnos, podemos aseverar que cuando la figura de Baltasar de Obregón se desvaneció en el paisaje nor-occidental, Ruiz fue el único letrado en Sinaloa durante la segunda mitad del siglo XVI.” Prueba de ello es que Montoya lo nombró escribano, que el gobernador Hernando de Bazán le honró con el mismo cargo y ante todo que la Compañía de Jesús el más culto y estudioso brazo secular de la Iglesia Católica, le encomendó escribir una visión histórica de la región, por ser testigo presencial de los hechos y por su bien conocida calidad  literaria. Con Pedro Castañeda de Nájera y Baltasar de Obregón, formó la trilogía de cronistas del siglo XVI que legaron el relato de la conquista del Nor-Occidente mexicano.


EL ALMIRANTE PEDRO PORTÉR DE CASANATE  
Gobernador de la Provincia de Sinaloa

Pedro Porter de Casanate Nació en Zaragoza, España, en 1611; murió en Concepción, Chile, en 1662. De formación universitaria, en 1627 participó en la guerra contra Francia, en la armada de Fradique de Toledo Ossorio; en 1628 combatió contra los turcos en Finisterre y Sanlúcar de Barrameda, en 1629 y 1630 luchó contra los ingleses en el Caribe, en 1632 sirvió en la flota de Antonio Oquendo en la Indias y en 1634, al ser promovido a capitán, navegó a isla Margarita y Cartagena de Indias.
Publicó el excelente libro “Reparo a Errores de la Navegación Española (Zaragoza, 1634) y preparó, además, un diccionario náutico, un tratado de navegación y una metodología de demarcación.
El virrey de Nueva España, marqués de Cerralvo concedió al Capitán Pedro Porter de Casanate licencia para colonizar y explorar los yacimientos perlíferos de California, el 26 de agosto de 1635, pero en 1636 canceló todos los permisos. Porter regresó a España en 1638 para pelear contra los franceses en la armada de Lope de Hoces, en Fuenterrabía, volviendo  a Nueva España en 1640 como capitán en la flota de Gerónimo Gómez de Sandoval. Al llegar a México solicitó de nuevo una licencia para explorar el Noroeste y el 8 de agosto de 1640 lo nombraron almirante de las Californias. Antes de ejercer este (1641) cargo lo llamaron a España, donde sirvió en la armada de Nápoles, al mando de Pedro de Orellana, y en 1642,  nombrado caballero de la orden de Santiago, embarcó en la del duque de Ciudad Real. Por último 1643 sirvió en la guerra de Cataluña, en la flota del Marqués de Villafranca.
Por Real cédula de S. M., dada en Madrid a 24 de Febrero de 1638, consta que en 1635 había obtenido licencia del Marqués de Cadereita, Virrey de México, para reconocer las costas del mar del Sur y hacer observaciones, a su costa y gasto, con nuevos instrumentos, que él mismo fabricó,  pero estando en Acapulco para embarcarse, el Visitador D. Pedro de Quiroga embargó su navío. En 1636, instado sobre la importancia de examinar el Golfo de la California, obtuvo la licencia del Virrey, quien la revocó después, receloso de que se abriese puerta por donde entrasen los enemigos a infestar aquellos mares.
En junio de 1643 partió de nuevo para América en el convoy de Francisco Díaz Pimienta; llegó a Veracruz en agosto de 1644 estableció un astillero en la desembocadura del río Santiago, el cual fue incendiado por sus enemigos.
En 1647 inició en la boca del río Sinaloa la construcción de dos fragatas, bautizadas como “Nuestra Señora del Pilar” y  “San Lorenzo”. Con estos navíos se dedicó en 1648 y 1649 a reconocer y demarcar las costas é islas de aquel Golfo de cuya expedición dio muy cumplido informe al Conde de Alba de Aliste, Virrey de Méjico, en carta de 15 de Septiembre de 1661. El Rey escribió al Almirante, “que se daba por bien servido”. El 11 de marzo de ese año fue nombrado gobernador y capitán general de la provincia de Sinaloa lo cual desempeñó hasta 8 de Noviembre de 1651, en que hizo dejación por sus achaques. De octubre de 1648 a enero de 1649 navegó por el golfo de California, desde el cabo San Lucas hasta el canal Salsipuedes y, en 1649 y 1650 realizó viajes cortos por el Golfo. En 1652, por motivos de salud, dejó el gobierno de Sinaloa, donando sus fragatas a la Corona y retirándose a México.
 Su recia constitución le permitió recuperarse y en 1655 fue nombrado capitán interino de Chile por el virrey de Perú, conde Alva de Aliste. Entre 1657 y 1651 combatió en la provincia de Chillán y en contra de los sublevados araucanos. Habiendo solicitado retiro, murió  antes de recibir la licencia del Consejo de Indias.

EL ALMIRANTE ISIDRO DE ATONDO Y ANTILLÓN 

Constructor de barcos y explorador de la California


Isidro de Atondo y Antillón, nacido en la provincia española de Navarra y quien había combatido tanto como soldado como marino en defensa de la corona de España conocía las vicisitudes de la guerra por tierra y por mar, tenía ya experiencia bélica cuando fue nombrado Gobernador y teniente de capitán general de las Provincias de Sonora y Sinaloa. Durante tres años realizó exploraciones en el noroeste de la Nueva España y demostró capacidad en el gobierno de la difícil provincia y manejó con cuidado los asuntos administrativos.
Cuando el virrey de la Nueva España,  Enríquez de Rivera recibió el encargo de explorar la Baja California, Capitán Isidro de Atondo y Antillón, solicitó hacerse cargo de la tarea. Atondo quien, durante su gestión en Sinaloa y Sonora había estado en contacto con exploradores y marinos que exploraban la península, a la sazón todavía estaba registrada como una isla, realizó su propuesta inicial el 8 de noviembre de 1678 la cual fue aprobada casi de inmediato por el virrey pero la ratificación real tardó más de una año; el 29 de diciembre de 1679. Dos meses después Enriquez de rivera signó el contrato con Atondo y lo envió al rey de España quien emitió cédula real aprobando el contrato para que Atondo expedicionaria las Californias el 8 de octubre de 1679, 23 meses después de signada la solicitud.
El capitán Isidro de Atondo y Antillón fue elevado entonces al rango de gobernador de Sinaloa y almirante de California y de su Armada gozando por completo del poder político y militar del noroeste. Sus obligaciones comprendían dirigir una expedición a la península, levantar fuertes, pacificar a los naturales y explorar el interior con el objetivo básico de convertir a los indígenas y establecer asentamientos hispanos. Habiendo fracasado todas las anteriores expediciones a California en el contrato se comprometió a pasar por lo menos un año en la península para someter a los naturales  “no por la fuerza de las armas sino por los medios suaves de la persuasión y la predicación evangélica”
Con financiamiento de la corona española, Atondo decidió construir dos fragatas, una de sesenta y otra de setenta toneladas con una lancha para cada una y además un barco luengo. Este último fue cambiado después por una balandra, más ligera y más adecuada a las condiciones del golfo de Cortés; todos fueron diseñados para transportar colonos, mercaderías y animales. Las embarcaciones fueron bautizadas como sigue: la almiranta (70 toneladas) recibió el nombre de San José y San Francisco Javier, la de 60 toneladas, nave capitana fue llamada La Concepción; la Historia no registra el nombre de la balandra.
El almirante construyó sus embarcaciones en el pueblo adyacente a la misión jesuita de Nío, pueblo del actual municipio de Guasave, Sin. La cual, según el doctor Herbert Bolton, biógrafo del padre Kino, era “una población vieja pues habían pasado casi noventa años desde que el padre Martín Pérez fundó allí la citada misión, la cual estaba situada a medio camino entre la costa y San Felipe y Santiago, la capital de la provincia”.
El padre Eusebio Kino, sacerdote  jesuita fue comisionado para misionar en la California para lo cual se  trasladó a Nío donde lo esperaba el padre Matías Goñi en compañía de Atondo y su gente. El 28 de octubre de 1682, bajo el mando directo del almirante Isidro de Atondo y Antillón, zarparon las tres embarcaciones construidas en la misión jesuita de Nío; a bordo de la Almiranta viajaba el padre Kino y en la capitana Goñi, arrumbando hacia el puerto de Chacala a donde arribaron el 3 de noviembre de 1682. Abastecidos de alimentos, armas, ropa, aperos de labranza, semillas, ganado  y regalos las tres naves zarparon hacia la California el 17 de enero de 1683. Avistaron tierra el 25 de abril siguiente y largaron anclas el primero de abril. Atondo tomó posesión de las tierras a nombre de Su Majestad el rey de España y exploró junto con el padre Kino la mayor parte de la Baja California Sur, fundó misiones, poblados y fracasó en su intento de obtener perlas pues los indígenas jamás revelaron dónde se estaban los placeres perlíferos.
El virrey tuvo noticias que bucaneros acechaban el paso de la Nao de China en la bahía La Navidad para abordarla y la Armada de la California al mando de  Atondo por estar “sin instrucciones específicas” fue enviada a escoltar el galeón proveniente de Manila; el 2 de diciembre de 1685 avistaron la  nave y lo llevaron sin novedad hasta fondear en el puerto de Acapulco. De Acapulco, Kino y Atondo partieron a la ciudad de México y fueron reasignados
La expedición del almirante Isidro de Atondo y Antillón costó a la Corona de España más de un cuarto de millón de pesos; una verdadera fortuna que aparentemente fue un fracaso económico pero en cambio enriqueció y precisó la visión de California, inició la fundación de misiones jesuíticas en la península y, ante todo, demostró que no siempre el éxito depende de los beneficios materiales.

PEDRO DE MONTOYA  
Fundador de San Felipe y Santiago de Sinaloa

A Finales de 1582, casi 20 años después de que el Gobernador Francisco de Ibarra fundara la villa “San Juan Bautista de Carapoa”, los españoles se dieron cuenta de la necesidad de establecer una población en el norte de Sinaloa; Hernando de Trejo, en ese entonces Gobernador de Nueva Vizcaya, fue el principal promotor de esta idea la que inmediatamente puso en práctica al mandar al aguerrido capitán Pedro Montoya, antiguo encomendero de la ribera del Petatlán y quien acompañando a Francisco de Ibarra en su expedición por el Norte de México, había obtenido una gran experiencia en las exploraciones de conquista.  De Montoya, al frente de un regimiento de 30 soldados de a caballo provistos de cascos, corazas, arcabuces y otras armas defensivas partió de Durango para aprovisionase en la Villa de San Miguel de Culiacán, a donde llegaron el día de Navidad de ese mismo 1582.
A la sazón, Culiacán era la más próspera e importante de las poblaciones del Occidente de México, la cual, ubicada en la confluencia de los ríos Humaya, Tamazula y Culiacán desarrollaba un intenso comercio de sal, tinte de palo brasil, pieles, pesca y minería, actividades productivas reforzadas asimismo por una creciente agricultura que incluía siembra de frutales.
Sin embargo no todo era bucólica tranquilidad, pues a 50 años de la fundación de la Villa, jóvenes hijos y nietos de conquistadores, nacidos en un mundo de pródiga vegetación donde antiguos soldados hacían vibrantes relatos de batallas, aventuras y bellas aborígenes, estaban ávidos de incursionar hacia las tierras casi vírgenes al Norte de su ciudad para conocer nuevos horizontes y ganar riqueza y poder como habían hecho sus padres y abuelos. 36 de estos españoles y criollos se alistaron en las tropas del legendario conquistador, aportando cabalgaduras, armas y bastimento para participar en la expedición cuyo incentivo básico era descubrir minas de oro y plata. Montoya y sus huestes partieron rumbo al encuentro con el destino por extraviados caminos de la serranía sinaloense con la esperanza de descubrir lugares donde pudiesen existir vetas de metales preciosos. 
El Capitán De Montoya había recibido instrucciones del gobernador  Trejo para fundar una nueva población desde donde pudiese asegurar la colonización de los pueblos indígenas de la ribera del río Petatlán, principalmente Guasave, Tamazula, Nío, Orba, Bamoa y Cubiri y habiendo localizado un sitio cerca del lugar donde don Francisco de Ibarra, el Fénix de los Conquistadores había establecido la Villa de San Juan Bautista de Carapoa, para esas fechas completamente despoblada a raíz del asesinato, en la apropia villa, de los frailes franciscanos, Pablo de Acevedo y Juan de Herrera.
Con las solemnidades marcadas por los protocolos reales, el 30 de abril de 1583 el Capitán don Pedro de Montoya levantó las actas correspondientes y, en nombre de su majestad Felipe II, Rey de España, tomó posesión del sitio y fundación de la “Villa de San Felipe y Santiago de Carapoa”, bautizando además en ese mismo acto, como “Río Sinaloa” al que hasta esa fecha era conocido como “Río Petlatlán”
El Verano de 1584 fue año de sequía. Pedro de Montoya a un año escaso de fundar la Villa de San Felipe y Santiago, fue informado por un grupo de indígenas que había oro en la región y el conquistador, desesperado por la magra producción agrícola de la nueva villa, integró una expedición con algunos de sus viejos soldados donde además de buscar oro también llevaban la intención de capturar jóvenes de ambos sexos para llevarlos como servidumbre a San Felipe y Santiago. El desconocimiento de la región hizo que la tropa desviara el camino y después de casi una semana de vagar sin alimentos, agua ni forraje para las bestias, el grupo, a punto de perecer de hambre y fatiga encontraron un bien abastecido campamento de indígenas  que los recibieron en forma amigable proporcionándoles comida y agua: sin embargo, por la noche los indígenas cuyo odio acumulado por la crueldad de Montoya había estado contenido durante muchos años, se desbordó, atacándolos sorpresivamente;  Montoya, y sus soldados, debilitados por las largas jornadas sin comer ni beber agua cayeron en la emboscada tendida por los guerreros tehuecos y zuaques. A pesar de su valiente defensa, el capitán y sus curtidos veteranos, fueron masacrados.

GONZALO DE TAPIA, S.J. 
Fundador de las Misiones del Occidente de Mèxico

El padre Gonzalo de Tapia, descendiente de una acaudalada familia de la provincia de León, en España, empleó su  herencia en rescatar a cuatro jesuitas apresados por los hugonotes, vino a México en 1584 “Tendría entonces unos 25 años. Era pequeño de cuerpo, barba poblada, corto de vista, ingenio vivo, de inagotables recursos, memoria fenomenal, atrevimiento de conquistador, celo ardiente y abnegación a toda prueba”. Ese mismo año, después de un breve período de capacitación, fue destinado a Pátzcuaro, Michoacán en 1584.
Cada plantel jesuítico rendía trienalmente un informe al P. General de Roma, en el correspondiente a 1585, el Rector del Colegio de Valladolid que sentía predilección por Gonzalo de Tapia pues había sido amigo suyo desde la niñez se refiere al padre Tapia en los términos siguientes: Nombre: Padre Gonzalo de Tapia; Lugar de nacimien­to: León en la diócesis del mismo nombre. Edad: 25 años. Salud: buena. Entrada en la Compañía de Jesús: 1576. Votos: Simples. Estudios: 3 años de artes. 4 de teología. Oficios: enseñó un año de filosofía y actualmente estudia el tarasco. En sobre aparte, la relación trienal describía el carácter de cada sujeto. En el número correspondiente a Tapia leemos: “Tiene gran habilidad no ordinaria, buen juicio y prudencia delicada en todas las materias. Tiene poca experiencia debido a su juventud. Es observante en todos los negocios co­munes y los maneja bien. Está adelantado en letras, tanto en artes como en teología y podría enseñar cualquiera de estos ramos. Es de natural algo reposado y algo propenso a la melancolía aunque no de modo notable. Es afable y muy bondadoso. Tiene excelente talento para predicar; enseñar o gobernar, y para cualquier ministerio de la Compañía. Tiene facilidad para aprender las lenguas indígenas y fuerte inclinación para vivir con los indios. Da esperanzas de conocer pronto la lengua de otra provincia (otomí) que ya empezó a estudiar".
En 1588 fue enviado solo e inerme a evangelizar a los chichimecas de la región de Guanajuato, indios nómadas particularmente peligrosos con los que convivió dos años y cuya lengua aprendió también en pocas semanas. Por su facilidad para hablar diferentes lenguas fue trasladado al colegio de Zacatecas desde donde pudo atender a muchos tarascos que trabajaban en las minas.
Al tomar posesión como gobernador de la Nueva Vizcaya, el Capitán de Caballerías y Caballero de la Orden de Santiago don Rodrigo del Río de la Loza,  pidió al virrey don Álvaro Manrique y Zúñiga, Marqués de Villa-Manrique considerar el envío de misioneros al territorio del Norte de Sinaloa pues, como antiguo soldado de las huestes de Francisco de Ibarra y posteriormente encomendero, estaba convencido que los indígenas del occidente de México jamás serían doblegados por la fuerza de las armas y tendrían que ser conquistados mediante otras opciones, una de estas alternativas era la acción espiritual de la Iglesia.
 Como resultado de estas gestiones, la Compañía de Jesús determinó en 1590 enviar al padre Gonzalo de Tapia, acompañado del padre Martín Pérez a fundar la primera misión jesuita en Sinaloa como respuesta a la petición del quien estuvo de acuerdo con el nuevo gobernador de Sinaloa,
Pocos meses después el padre Tapia ya se hacía entender en los dos idiomas allí más comunes, de los que compuso una breve gramática y doctrina, que completó con cantos. Su presencia fue bien acogida por los indios, y los dos jesuitas en seguida comenzaron en varios pueblos su labor misionera. Antes de un año habían bautizado más de 1.600 adultos y levantado 13 capillas. A los ocho meses, los bautizados eran ya 5.000.
Para 1593 el padre Tapia había conseguido  que destinaran otros dos jesuitas,  Alonso de Santiago y Juan Bautista de Velasco a la misión de San Felipe y Santiago de Sinaloa quienes en unión del padre Pérez desarrollaron una extraordinaria actividad misional que en los 175 años siguientes sería fundamental para la actividad evangelizadora la Compañía de Jesús, edificando templos y creando reducciones donde se aposentaron los indígenas antes seminómadas para dedicarse a labores agrícolas y ganaderas en forma organizada. Con la impartición de la doctrina católica a los niños y a los matrimonios de indígenas en su propia lengua, en cuatro años desterraron casi por completo las guerras, la poligamia, las grandes borracheras y la antropofagia.
Sin embargo a los ancianos y a los jefes tribales  les costaba mucho trabajo adoptar a una forma de vida que acababa radicalmente su religión y muchas arraigadas costumbres. Así, primero solapada y después abiertamente surgieron líderes entre ellos Nacabeba, «un indio viejo y endiablado», de Deboropa, que comenzó a conspirar contra la misión.
El 9 de julio de 1594, el padre Tapia celebró misa en Deboropa, y cuando estaba después recogido en su choza rezando el rosario, entraron en ella Nacabeba y sus secuaces simulando una visita de paz, pero en seguida le mataron a golpes de macana y a cuchilladas. Después, le cortaron la cabeza, le desnudaron y le cortaron el brazo izquierdo. Profanaron la iglesia y huyeron al monte, con el cáliz y los ornamentos litúrgicos, para celebrar su triunfo. Tenía el padre Gonzalo de Tapia 33 años de edad, de los que pasó diez en México, y cuatro de ellos en Sinaloa.
Curiosamente, en esta época de elevación de muchos siervos de Cristo a los altares católicos vía “Fast Track; el proceso de canonización del sacerdote jesuita Gonzalo de Tapia, está detenido por razones desconocidas a pesar de que indudablemente murió mártir de su Fe.

MARTíN PÉREZ QUIROGA PONCE DE LEÓN S.J.
Sacerdote jesuita pionero en Guasave


El 2 de febrero de 1560 en la señorial mansión del Rancho de San Martín, edificada en el centro del fértil Valle de Poanas, en el actual estado de Durango, rodeada de fértiles tierras de cultivo y estancias ganaderas nació Martín Pérez Ponce de León, primogénito de la dinastía del Capitán Martín Pérez de Uranzúa y doña María Quiroga Ponce de León.
Los indígenas de la Breña y Valle de Poanas, hostilizaban constantemente a los mineros hispanos que exploraban aquél extremo de la Nueva Vizcaya, por lo que don Antonio de Mendoza, Marqués de Mondéjar y Conde de Tendilla, primer Virrey de la nueva España, comisionó al Capitán Pérez para pacificar la región. Una vez dominados los nativos, entró en posesión de propiedades que dedicó a la ganadería las cuales llegaban a las estribaciones de la sierra madre occidental donde además, poseía minas de plata que rendían excelente producción.
Doña María, era devota de San Francisco de Asís y educó a su hijo mayor con las ideas del humilde Santo por lo que el joven Martín pensaba en términos de pobreza franciscana que manifestaba libremente en las reuniones que tenía el  capitán Pérez con sus colegas mineros, acaudalados hombres cuyas fortunas provenían de minas, productoras de verdaderos ríos de plata, donde la mano de obra indígena era inicuamente explotada.  El capitán, pensando en que las ideas de su primogénito podrían causarle problemas con la Corona Española, accedió a la petición de Martín, quien deseaba optar por la vida religiosa y le dio permiso para ingresar al seminario.
Martín se trasladó a la capital de la Nueva España en 1574 para iniciar sus estudios de humanidades greco-latinas las cuales termino en 14 meses; una vez cumplido este trámite fue admitido en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo donde estudio Filosofía durante un año y posteriormente cursó Latinidad en el Colegio de San Gregorio donde tomó el hábito de novicio en la Compañía de Jesús el 13 de junio de 1577 y, aun sin terminarlo, pasó a enseñar Latín al Colegio de Puebla. Posteriormente fue catedrático de esa misma materia en el Colegio de San Pedro y San Pablo en la Ciudad de México en donde llegó a ser rector de la Institución. A partir de 1585 estuvo en Puebla estudiando Teología donde, el 11 de junio de 1588, fue ordenado subdiácono por su Ilustrísima monseñor don Diego Román, obispo de Tlaxcala quien asimismo lo ordenó sacerdote el 1 de octubre de ese mismo año.
Una vez ordenado fue asignado a la misión chichimeca donde permaneció entre los indios pames de San Luís de la Paz, hasta mayo de 1591, cuando con la anuencia del visitador Diego de Avellaneda y del padre Pero Díaz, Provincial de la Compañía de Jesús, fue enviado como compañero del padre Gonzalo de Tapia a fundar la primera misión jesuita de la costa Occidental de México y predicar el evangelio a los indígenas de la región norte de Sinaloa donde se vestía a la usanza los naturales con quienes se identifico plenamente. Ellos le nombraban cariñosamente "El padre que camina mucho", ya que recorría grandes distancias para predicar el evangelio. El padre Pérez tenía entonces 31 años y permaneció en Sinaloa, hasta su muerte ocurrida  el 25 de Abril de 1626.
De la misma Relación, del capitán Antonio Ruiz, rescato el dato siguiente: “... se repartió entre los dichos padres (Tapia y Pérez) la visita y conversión de estos naturales. El padre Gonzalo de Tapia se fue a Ocoroni y el padre Martín Pérez tuvo a su cargo El Opochi y los pueblos de Cubiri, Petatlán y Bamoa…”
Sigue Ruiz: “En este tiempo, habiendo venido a este tiempo los padres Juan Bautista de Velasco y Alonso de Santiago,… acordó el padre Gonzalo de Tapia ir a la ciudad de México a dar cuenta y razón de esta tierra al padre provincial quedando en esta provincia y con nosotros los padres Martín Pérez, Juan Bautista de Velasco y Alonso de Santiago de la Compañía de Jesús, quedándoles a cargo los indígenas de Ocoroni y al padre Martín Pérez los de este río.”
En 1590, en su paso por Zacatecas y Durango como acompañante del padre Gonzalo de Tapia, fue invitado por el Gobernador Rodrigo de Río de la Losa a fundar una clase de gramática en la Villa de Durango, que se dice fue el origen del Colegio Jesuita y más tarde Seminario de Durango por lo que está reconocido como el primer hombre de letras en Durango. Fue rector del Colegio de Sinaloa y escribió sobre los sucesos de la época desde 1590 hasta 1620. De entre sus principales trabajos deben citarse "Noticias de los indios de Sinaloa” y por supuesto la “Relación de la provincia de Nuestra Señora de Sinaloa”, escrita en 1601, donde da cuenta de flora, fauna y topografía, de la región en que misionó durante casi 35 fructíferos años, pero ante todo sus escritos son una minuciosa descripción de la idiosincrasia, costumbres y psicología de sus habitantes, por lo que la “Relación” está considerada como el más completo y amplio estudio socio-antropológico de los pueblo aborígenes del valle del Petlatlán.


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