COMERCIO PREHISPÁNICO ENTRE GUASAVE Y LOS AZTECAS
Trabajo presentado como ponencia en
el XXV Congreso Nacional de Cronistas,
Tepeaca, Pue. (2003)
El valle del río Sinaloa, también conocido como Río Petatlán, ofrece características ideales para usos agrícolas. Es un terreno plano, de 3,464.41 km2 de superficie, de las cuales unas 220,000 hectáreas cuya elevación máxima es de 30 metros sobre el nivel del mar son aptas para la agricultura y se aprovechan para una gran diversidad de cultivos. El clima, templado con temperatura media anual de 23º/24º C., aporta lluvias con promedio anual de unos 500 milímetros , las tierras, aluviones de alta fertilidad, están clasificadas como chestnut. Actualmente 210,000 hectáreas están regadas por canalización.[1] Ante estas características geográficas y edafológicas no es extraño que en el valle floreciera una cultura con mucho adelanto respecto a los pueblos circundantes. La evidencia: objetos de cerámica, concha y otros materiales, extraídos al excavar 166 tumbas que contenían restos humanos.
Durante cuatrocientos años, los arqueólogos que estudiaron la prehispania mexicana fijaron la frontera noroccidental de la civilización mesoamericana en Chametla, un punto ubicado, ligeramente arriba del paralelo 22° 45’ , a unos cincuenta kilómetros del puerto sinaloense de Mazatlán y a 400 largos kilómetros al Sur de Guasave.
Si exceptuamos los míticos relatos del éxodo azteca desde su remoto Aztatlán, no había, pues, razón para buscar restos arqueológicos en el Norte de la tierra de los once ríos, considerando que en Teotihuacan, Palenque, Mitla y por lo menos una docena más de sitios en el centro de la República poseen enigmáticas pirámides, misteriosos cenotes, admirables frescos, esculturas sorprendentes y una documentadísima descripción de la vida de nuestros antepasados.
La región de la Árido-América mexicana del Noroeste no tenía atractivos arqueológicos. Sin piedra, sin feroces guerreros, sin el colorido de las plumas de quetzal o los atractivos dibujos bordados sobre los albos huipiles de algodón, el Noroeste era como afirma el padre Andrés Pérez de Ribas el país de “las gentes más bárbaras y fieras del nuevo orbe”.[2]
Al finalizar la tercera década del pasado siglo XX, Guasave, cuarta ciudad de Sinaloa, situada al norte del Estado y a 40 kilómetros del golfo de California era una somnolienta población rodeada de campos productores de maíz, garbanzo y frijol. Sus habitantes sabían muy poco de la historia del joven municipio, (creado apenas en 1916) y, en los escasos archivos disponibles, todos de la época colonial, solo estaban consignados sucesos acaecidos después de la llegada de los españoles al valle del Río Petatlán rebautizado Río Sinaloa en 1,583.[3]
Todavía en los primeros meses de 1938 se ignoraba que en Guasave había existido un pueblo cuya civilización había fundido las influencias culturales del altiplano mexicano, del Sureste y de los ancestros hohokam del Norte haciendo florecer una variada, riquísima, producción de cerámica policromada y practicado elaborados ritos para enterrar a sus muertos
Los pueblos Yorem’mes, llamados “Cahitas” por los españoles, eran relativamente nuevos en el área cuando los peninsulares llegaron a Sinaloa, por lo cual solo se conocían datos que pudieron recabar soldados, relatores y misioneros hispanos, pero el pasado remoto y los anteriores pobladores de la región eran un misterio. Había sin embargo exploraciones y estudios de antropólogos y arqueólogos norteamericanos, entre ellos Carl Sauer, Otto Brandt y Elizabeth Kelly que investigaron los pueblos prehispánicos establecidos en el Occidente de México. [4]
En mayo de 1938, el Dr. Gordon F. Ekholm, arqueólogo de la Universidad de Pensilvania, llegó al lugar registrado en su bitácora como Sitio 117, punto geográfico cercano a Guasave, Sinaloa localizado, sobre la cota del paralelo 25º 30' latitud Norte, geográfica de Guasave; al excavarlo se encontró con que la supuesta acumulación de basura, el supuesto basurero, era todo un túmulo funerario prehispánico donde encontró 204 entierros, de los cuales 166 eran tumbas completas y 21 entierros parciales donde también había esqueletos aunque incompletos. Los hallazgos en el Sitio 117 de Guasave proporcionó a los arqueólogos suficientes elementos para comparar y relacionar las culturas del Centro de México, de Sureste y del Sur, pertenecientes a la misma época en que floreció el pueblo cuyo cementerio fue excavado por el Dr. Ekholm.
Además de los restos humanos, el cementerio contenía un verdadero tesoro arqueológico compuesto de platos, jarrones y recipientes de barro exquisitamente decorados así como centenares de objetos de concha, hueso, piedra, cobre y restos de tejidos de algodón.
La existencia de la civilización Guasave probada por los restos arqueológicos del Sitio 117, ensanchó el horizonte prehispánico del noroeste mexicano, acrecentándolo con nuevas perspectivas de investigación y ante todo enriqueciendo la Arqueología con los colores Guasave-Red y Guasave-Red-on-Buff , (Rojo Guasave y Rojo-en-Crema Guasave) y con las policromías Guasave, Amole, Árguenas, Bamoa, Burrión, Dorado, Nío, San Pedro y Tamazula.
El informe de estos trabajos fue publicado en 1942, por el Dr. Ekholm bajo el título de "Excavations at Guasave, Sinaloa, México” y que obra en el Volumen XXXVIII de los Documentos Antropológicos del Museo Nacional de Historia Natural de los Estados Unidos, de Nueva York, USA., donde existe una sección dedicada a la Cultura Guasave. Con esta sección se inicia el recorrido por la sala dedicada a las culturas prehispánicas de Meso América.[5]
Ekholm se convirtió en un hombre famoso, reconocido mundialmente como experto en arqueología precolombina y fungió como encargado del departamento de arqueología mexicana desde principios de la década de los cincuenta.
La orientación de los cuerpos no era homogénea. 51 cuerpos se enterraron con la orientación cabeza-al-Sur, los demás no mostraron un orden preciso excepto las tumbas-olla cuya orientación general fue hacia el Norte. El relator nos dice que aunque la mayor parte del tiempo se colocaron vasijas de arcilla cocida junto a los cuerpos enterrados, solo en la segunda fase de la evolución de este pueblo se observó la práctica de acompañar a los cuerpos sepultados con piezas de cerámica.
Los objetos siguen constituyendo, la prueba que el Sitio 117 fue el asiento de "una avanzada cultura que floreció, por lo menos hasta el año 1,300 de nuestra era." Esta cerámica y demás objetos encontrados muestran, claramente, su parentesco artesanal con las culturas de su época.
Respecto a la alfarería y otros objetos encontrados por el doctor Gordon F. Ekholm, en el Sitio 117, el propio Ekholm dice: "De las excavaciones se pudieron rescatar 155 objetos de cerámica (tazones, vasijas, platos y jarras) completas las cuales pudieron ser clasificadas atendiendo a sus características de material y de pintura.
"...por la diversidad de distintivos o tipologías... que tan solo en uno o dos casos correspondían a la misma clase" "...la influencia de las policromías de los grupos de Puebla, Norte de Oaxaca y Veracruz se definió sobre la base de los diseños de alfarería y los códices procedentes de estas regiones, policromía que desarrollaron los grupos culturales no después del año 1300 dC. (...) sin embargo, atendiendo a las formas policrómicas fue imposible realizar una catalogación clara o una tipificación de una procedencia precisa. " (Ekholm)
Este tipo de pintura está restringido a ciertas áreas delas tierras altas en los últimos períodos de las culturas de Mazapán y Coyotlatelco. La alfarería encontrada en Guasave emparenta pues, con las de la Mixteca de Oaxaca, el Oeste de Michoacán y Coyotlatelco en el Valle de México. Respecto a la decoración, la pintura es roja, en algunos casos café rojiza.
Volvemos a remitirnos a nuestro comentado, el doctor Ekholm para la ubicación arqueológica de la cerámica Guasave: "La alfarería rojo pardusco está restringida a ciertos períodos de las tierras altas en el Valle de México, en Mazapán y en Coyotlatelco los usos fueron utilizados en el Período Intermedio o Chichimeca (aproximadamente entre 1,100 y 1,300 dc.) pero también fue común en el Valle de Toluca en la región Matlatzinca y en períodos más tardíos de la región Mixteca de Oaxaca, sin embargo es más común en la región alteña de Jalisco en los alrededores de Atoyac y el lago de Chapala y por último en el Norte de Zacatecas y Durango".
Los diseños. La mayor parte de los tiestos muestran una banda y, por lo menos en el cincuenta por ciento de los ejemplares, esta banda muestra lóbulos. “Las formas triangulares casi no se encuentran y aunque el trabajo realizado no es muy fino al pintar, por lo general es ordenado; las líneas son siempre gruesas y una considerable porción de las superficies están cubiertas con pintura y un detalle sumamente notable es que en la mayor parte de los trazos se aprecian motivos radiados."
Los objetos muestran una característica poco común en la alfarería prehispánica de México: aparecen dibujos en pares que el autor solo ha visto en los grabados del diseño de una jarra de El Álbum de Bea. Sin embargo, uno de los tazones presenta un diseño simétrico cuya porción vertical parece una modificación de una cresta con plumas y un jaguar rapado junto a líneas y círculos que, al decir de Ekholm, patentiza los sentimientos de los pobladores prehispánicos de México.
La prestigiada arqueóloga Elizabeth Kelly, una de las más acuciosas investigadoras de las culturas prehispánicas del Occidente de México, especialmente las que se aposentaron a lo largo de la costa sinaloense, denominó "Aztatlán" a la fase correspondiente a la Costa Oeste , cuya cerámica tiene las siguientes características: uso generalizado del rojo pardusco y la recurrencia de una incisión en forma de banda blanca. El doctor Ekholm, considerando que existían algunas similitudes de la cerámica, especialmente por el uso del rojo pardusco, denominó la alfarería rescatada en el sitio 117 como Policromía Aztatlán, sin embargo debemos notar que señaló, con toda precisión, que esta tipología solo ha sido encontrada en Guasave.
De la cerámica correspondiente a esta clasificación los excavadores encontraron cuatro vasijas. La forma de los tazones es ligeramente más abierta que la correspondiente a la demás cerámica y las paredes son más gruesas que la denominadas cerámica Guasave.
El famoso “Tazón 5 a ”, que diera la vuelta al mundo debido a que Walter Krickeberg lo reproduce en su libro Las Culturas Modernas de Occidente,[6] es una pieza que, afirma el excavador, puede considerarse atípica en la cual aparece el dibujo de una divinidad cuya descripción vale la pena reproducir: "Enmarcado en una serie de dibujos, la cara aparece con una nariz extremadamente larga y curva. El cabello aparece atado en un paquete cónico mientras los dientes se inscriben en un cuadro que bordea la raíz de las piezas dentales dibujadas y, por último, dos glifos que aparentemente salen de su boca, evidentemente hacen referencia a su discurso; el de la parte superior tiene una ornamentación en forma de gran cresta y en la mandíbula aparecen las marcas del jaguar rapado”.
Otro de los tazones se destaca por su complicado diseño cuyo simbolismo llamó la atención de inmediato y le mereció ser descrito en primer lugar por el Dr. Ekholm. La descripción fue minuciosa y de acuerdo con su Informe no pudo clasificar el dibujo dentro de ninguna tipología existente a la fecha del trabajo. Este tazón tiene: “Una forma sofisticada, con los fondos achatados, protuberancias en forma de bulbo para el soporte tripoidal y costados curvos. Es similar a las vasijas de las culturas avanzadas de México y Centroamérica." Es un tazón bajo, con bordes amplios. El interior y los costados están cubiertos de pintura color crema y las figuras están en blanco y negro, muy bien ejecutadas con una banda de diseño en forma geométrica a lo largo de la decoración. La figura central es antropomorfa erecta y completamente vestida con un traje emplumado, con la cara formando una calavera cuyos dientes están enmarcados en un cuadro. El cráneo, con una proyección al centro de la cara con los ojos dentro de un círculo, la nariz extremadamente larga y se curva hacia abajo y muestra por lo menos un pendiente en la oreja. La pintura es completamente extraña a nuestros conocimientos de alfarería, cerámica y decoración de las culturas mexicanas. Artísticamente el manejo de los detalles solo puede encontrarse en las representaciones de dioses en los códices mexicanos, aunque la cultura Guasave consistió en una fusión de religión y arte como en el centro de México, pues aquí los dibujos parece que perdieron una gran parte de su significación mística".
Cascabeles: En el Sitio 117 fueron encontrados 134 pequeños objetos de cobre fundido, de los cuales haremos una breve reseña, condensando los términos del trabajo de Ekholm para reabrir algunas interrogantes plantea la existencia de objetos de cobre en un punto geográfico alejado de cualquier yacimiento de este metal detectado en el Occidente de México. Una de las más importantes es expuesta por el mismo Dr. Ekholm al expresar dentro de su informe: "No tenemos conocimiento de otros objetos de cobre semejantes a los de Guasave ya que en otras culturas este metal fue trabajado con técnicas distintas; considero posible que todos estos objetos hayan sido importados del sur" aunque agrega más tarde que el cobre no había sido conocido en tiempos pre aztecas, es decir antes del año 1,100 d.C.
De estos 134 objetos de cobre 111 eran cascabeles (la traducción las denomina “campanas” –bells-) de cobre con una forma parecida a una cápsula vegetal, en tamaños que varían de 8 a 2 cm . 87 de ellos estaban al rededor del tobillo derecho de la osamenta de la tumba No. 29 en las que el cordel con que estaban atadas se conservó gracias a las sales de cobre derivadas de estos objetos. Otros, hacen pensar pertenecieron a un collar o gargantilla por la posición respecto del esqueleto junto al que se localizaron. Su factura indica sin duda que fueron vaciados pues todos tienen huellas de las venas por donde fluyó el metal al molde. En su interior tienen una pequeña esfera del mismo metal que actúa como resonador.
Es especialmente importante hacer mención que en algunas tumbas fueron encontrados cascabeles cuya parte superior, de donde se sujetaban, es tan grande que indica que eran usados como anillos. El arqueólogo hace notar que los cascabeles-anillo fueron encontrados en una de las tumbas más altas y menos antiguas del montículo. La pieza más larga de ellas es exactamente igual a las encontradas en Atoyac, Jalisco, y hace especial énfasis en estos objetos. De uno de los cuales dice: "Esta forma de campana no ha sido reportada anteriormente y representa una forma tipológica menos desarrollada que los anillos".
Es indudable que la fijación de Guasave, como frontera Norte de la civilización mesoamericana está plenamente justificada considerando las pruebas del asentamiento de una elevada cultura en el centro del gran valle entre los ríos Fuerte y Mocorito ya que el decorado de la Policromía Guasave muestra un claro parentesco la alfarería encontrada en otros centros culturales, especialmente en el Sureste, en el Valle de México y en las Mixtecas Poblana y Oaxaquense y además mezcla, influencias de la civilización mesoamericana con las procedentes de los pueblos del Norte.
Queda por descubrir la ubicación del asentamiento humano que enterraba sus muertos en el Sitio 117; El asentamiento humano que desarrolló la Cultura Guasave , tuvo la capacidad de producir o por lo menos conseguir tal cantidad de alfarería y diferentes objetos metálicos y de piedra encontrados en el cementerio que no es posible pensar en una comunidad pequeña ni aislada pues este cementerio muestra en su que los cuerpos sepultados pertenecen a diferentes estadios del desarrollo de la Cultura Guasave. 200 osamentas no pueden constituir la totalidad de defunciones en una comunidad a cuya existencia puede calcularse por lo menos en unos 300 años, demostrada por las influencia plasmadas en su cerámica, provenientes de dos o tres núcleos culturales los cuales abarcan un período que se extiende a lo largo de 3 siglos: Desde la conexión con las primitivas culturas del Sur de Sonora testificada por la cerámica Huatabampo hasta el principio de la Cultura Aztatlán , pasando por el período de expansión de la Cultura Mixteca de Puebla a partir del 1,100 de nuestra era.
La inexplicable desaparición de este pueblo de agricultores del paisaje prehispánico en el Occidente de México es un misterio a descifrar ya que cuando llegaron los españoles a tierras sinaloenses en el Siglo XVI, no existía ya el más ligero rastro de esta cultura sin duda adelantada que no muestra evidencia de haber estado en decadencia sino al contrario, los estratos superiores del túmulo mortuorio, donde se encontraron los sepulcros más recientes, proporcionaron la cerámica mejor elaborada. La mayor calidad de trabajo de sus alfareros, tejedores y decoradores, prueban una sociedad vigorosa.
Tampoco puede pensarse en una guerra generalizada. La Cultura Guasave floreció en tiempos en los cuales el arco, la flecha y la jabalina eran armas utilizadas en toda América por lo que es notable que el arqueólogo norteamericano no reporta el hallazgo de puntas de flecha ni hachas de combate dentro de ninguno de los sepulcros. Ekholm especifica, con toda claridad, que las puntas de flecha y las hachas de piedra que aparecen consignados en su trabajo, fueron encontradas en lugares aledaños a la excavación a lo cual, en mi concepto, se refiere la interesante observación que hace el Dr. Ekholm al final de su informe "excluyendo las vasijas tripoidales y tetrapoidales, todo el listado de características parece haber aparecido en el Sureste, más que en México, este es un hecho asombroso...".
Todo lo anterior sustenta mi opinión de que, entre Guasave y el centro de la república, incluyendo la región la Mixteca poblana existió un activo comercio de materiales y de objetos elaborados, como sostiene John P. Carpenter en su ponencia “El Ombligo en la Labor , Nuevas Perspectivas del Sitio de Guasave”,[7] trabajo presentado en la mesa redonda sobre las culturas prehispánicas del Occidente de México. Carpenter se apoya en el informe del Dr. Ekholm sobre las piezas arqueológicas desenterradas en el Sitio 117, efectuando un re-análisis de este conjunto mortuorio, pero desdeña la simple descripción de los diseños y los encara como testimonios en una nueva perspectiva político-económica de los sistemas de intercambio establecidos sobre el modelo azteca-pochteca, y sustenta su tesis en el parentesco de las técnicas para la elaboración de la cerámica Guasave, así como el uso de grecas, figuras emplumadas, orejeras, detalles de tocados, representación del jaguar rapado, glifos representando el discurso y la forma del perfil en los dibujos de rostros humanos de los objetos de cerámica Guasave por lo cual propone la existencia de una clara corriente comercial entre Guasave y Tenochtitlán.
Bibliografía
[1] MONOGRAFÍA DE GUASAVE, SINALOA. Dirección de Estadística y Estudios Económicos; Gobierno
del Estado de Sinaloa. 1990.
[2] GONZALEZ, JOSE "Historia del Presidio y Misión de San Felipe y Santiago de Sinaloa 1583-1769" Colegio de Bachilleres del Estado de Sinaloa (COBAES) 1998
[3] RUIZ, ANTONIO "La Conquista de Sinaloa” (La Relación de Antonio Ruiz, 1583-1596). Anotada y comentada por el historiador Antonio Nakayama. COBAES/CEHNO A.C. 1992
[4] SAUER, Carl, Distribución de las tribus y las lenguas aborígenes del noroeste de México. 1998, Siglo
XXI Editores.
[5] EKHOLM, Gordon F. "Excavations at Guasave, Sinaloa, México” Volumen XXXVIII de los Documentos
Antropológicos del Museo Nacional de Historia Natural de los Estados Unidos, Nueva York, USA. 1942
[6] KRICKEBERG, Walter. Las Culturas Modernas de Occidente. Ed. Fondo de Cultura Económica. México.
1949.
[7] CARPENTER, John P. "El Ombligo en la Labor , Nuevas Perspectivas del Sitio de Guasave”
No hay comentarios:
Publicar un comentario