jueves, 30 de diciembre de 2010

Particularidades de algunas tumbas del Sitio 117


PARTICULARIDADES DE ALGUNAS TUMBAS DEL SITIO 117, GUASAVE.


Trabajo  presentado como ponencia en el  III
Congreso Estatal de La Crónica  de Sinaloa.
Concordia,  2003


Hasta 1942, la frontera norte de la civilización mesoamericana estuvo fijada en Chametla, a unos cincuenta kilómetros al sur del puerto sinaloense de Mazatlán, pero en mayo de 1939 un arqueólogo de la Universidad de Pensilvania, el Dr. Gordon F. Ekholm, continuando con sus exploraciones del año anterior, excavó en un punto geográfico cercano a la ciudad de Guasave, Sinaloa, pensando que era un basurero prehispánico; al excavarlo encontró un túmulo funerario con 204 entierros prehispánicos, entre ellos 166 tumbas completas.
Los hallazgos en el sitio arqueológico catalogado con el número 117, permitieron comparar y relacionar la cultura Guasave con la del sureste, del sur y del centro de México. La bitácora del viaje de exploración del Dr. Gordon F. Ekholm en el noroeste mexicano inicia con  la visita a Mazatlán, registrado como Sitio No. 1, ubicándose  posteriormente al sur de Nogales, Sonora en La Escondida, un lugar situado a una 15 millas al sudoeste de Magdalena, sobre el antiguo camino a Cucurpe, el cual denominó Sitio No. 2. De aquí en adelante caminó hacia el sureste siguiendo la costa del Golfo de California.
En el prólogo del informe sobre las excavaciones que llevó  a cabo en Guasave, Ekholm expresó que esto es parte de un extenso proyecto del Museo Nacional de Historia Natural de Nueva York para realizar una investigación arqueológica en la región costera noroeste de México, desde la frontera internacional del sur de Estados Unidos hasta el río Culiacán, donde Ekholm hace notar que la Dra. Isabel Kelly ya había realizado excavaciones, además de las iniciadas en Chametla algunos años antes, de las cuales existen croquis extraordinariamente precisos.
Durante los trabajos de campo y otras investigaciones arqueológicas y bibliográficas que realizaron Carl Sauer y Otto Brandt en 1930 acerca de las poblaciones indígenas prehispánicas del Noroeste  de México, descubrieron la presencia de insospechados desarrollos culturales, especialmente notables por sus elaborados trabajos de alfarería pintada.
El punto más alto del montículo excavado no sobrepasa un metro y medio sobre los campos cultivados y presentaba una colocación oblonga cuyo eje mayor corría de noroeste a sureste; en el norte, su borde se encontraba bien definido sin presentar cortes aparentes y en el extremo Sur se encontraron excavaciones que indicaban el intento de allanar este montículo para dedicarlo al cultivo agrícola.
En el mes de mayo de 1938, cuando el Dr. Gordon F. Ekholm  se decidió a excavar en el Sitio 117, un montículo evidentemente artificial, ubicado en la parcela del señor Ramón Valdez , el cual se consideraba un montículo artificial que probablemente fungiese como un deposito de basura y no como el sitio sepulcral que resultó a la postre con el premio mayor para el Dr. Ekholm, quien desde ese momento  elevó su rango como arqueólogo ya que de hecho encontró el punto más importante de la arqueología del noroeste de México. A partir de este descubrimiento, la frontera septentrional de la civilización mesoamericana se recorrió poco más de 400 kilómetros  al norte, ligeramente arriba del paralelo 22° 45´ latitud norte.
Los sepulcros eran bastante numerosos y dificultaban la excavación, había que tener mucho cuidado para no dañar algún de las tumbas pues había un cierto desorden en la disposición de los entierros.

Los entierros de la cultura Guasave en el Sitio 117
Los sepulcros encontrados en el Sitio 117, pueden clasificarse en dos grandes grupos:
Grupo A: Tumbas donde los cuerpos fueron sepultados dentro de una olla-urna. Este grupo se puede dividir en dos subgrupos:
Subgrupo  A-1: Ollas de barro cocido sin dibujos
Subgrupo  A-2: Ollas de barro decoradas.
Grupo B: Tumbas donde los cuerpos fueron sepultados en decúbito. Este grupo se puede asimismo dividir en:
Subgrupo   B-1: Cuerpos colocados en decúbito dorsal.
Subgrupo B-2: Cuerpos colocados en decúbito supino. Es conveniente subdividir este subgrupo en tres Sub-sub-grupos:
Sub-sub-grupo B-2-1: Cuerpos con la cabeza orientada hacia el sur. De esta clasificación solo dos tumbas tenían ofrendas de alfarería.
Sub-sub-grupo B-2-2: Cuerpos con la cabeza orientada hacia el norte.
Sub-sub-grupo B-2-3: Cuerpos con la cabeza orientada hacia el este. De esta clasificación todas las tumbas tenían ofrendas de alfarería.

Sepulturas del grupo A (entierros en ollas-urnas)
De acuerdo con el informe original del Dr. Gordon F. Ekholm los entierros en ollas urnas fue una forma alternativa de sepultar los cuerpos ya que fueron encontrados en todos los niveles de la excavación hacia el norte.
Una de las características bastante común en los entierros del Sitio 117 es que los cráneos, aún los que pertenecieron a niños, tenían una deformación frontal evidentemente artificial que les daba una apariencia de frente alta y aplanada y asimismo se encontró una gran cantidad de cráneos cuyo incisivos superiores habían sido mutilados haciéndoles surcos o perforaciones.
Los cuerpos colocados en estas ollas de barro cocido, cuyo diámetro fluctúa entro los 60 y 50 centímetros, estaban colocados indefectiblemente en posición fetal, algunos de los esqueletos muestran  que antes de colocarlos en las ollas, se les fracturaron fémures o huesos de las piernas.
Las ollas-urnas fueron fabricadas de barro compacto con poca arena; la mayoría con un pulido fino y sin decorado alguno. Algunas tenían tapadera en forma cupular, pero otras tenían un tazón claramente identificado como de uso. Por los residuos de ceniza bajo el lugar de su asiento mostraban que en su mayoría fueron quemadas en el lugar del entierro. Varias tenían algunos dibujos pero sólo una (perteneciente a la tumba 141) mostró decorado policromático.
Una serie de ollas (sepulcros 38, 39 y 46) estaban enterradas más profundamente que las demás y aparentemente estaban rodeando a un cuarto sepulcro del cual sólo se encontró la señal de una oquedad posteriormente rellenada de tierra.

Excepciones a esta constante:


Sepulcro número 20
Una olla-urna bastante grande muy cerca de la superficie: la olla tenía 60 cm. de diámetro y parecía ser un poquito plana en el fondo y los lados bastante rectos en comparación con las otras ollas encontradas. En el fondo de la olla estaba el cráneo de un niño muy pequeño y a un lado de él estaba un collar de cuentas grandes de concha el cual aparentemente no había estado alrededor del cuello del niño sino que había sido puesto por un lado del cuerpo. Las cuentas estaban ordenadas como su hubiese sido un collar de dos sartas.

Sepulcro número 46
Este entierro contenía una olla-urna con decoraciones en los costados y además, parecía que fue enterrada tiempo después de las demás urnas del nivel pues presentaba rupturas de los estratos y su alrededor estaba rellenado con una mezcla de arcilla y arena diferente al material del entorno y la urna misma estaba ubicada sobre tres piedras de cantos rodados de 20 cm. de diámetro, y colocadas sobre una capa de arena de río y formando un triángulo perfecto cuyos lados eran de 40 cm. La capa donde reposaban la olla tenía indicios de que antes de colocar la urna se había encendido fuego intenso y retirado el carbón antes de colocar la arena y las tres piedras. La osamenta estaba completamente disgregada pero por el tamaño del cráneo y los fémures se deduce que pertenecía a un hombre adulto.

Sepulcro número 141
Esta olla tenía una tapadera semiesférica bellamente decorada en su parte interior. Aparentemente se había roto al colocarla por lo que fue pegada con arcilla y sellada, tanto las grietas de la rotura como los intersticios entre la tapa y la olla, de tal forma que la tierra no penetró al interior de la urna. Los huesos estaban limpios, pero reducidos a sustancia caliza, yaciendo amontonados en el fondo de la olla. El cráneo era de un hombre adulto y mostraba la típica deformación frontal de los entierros del Sitio 117.

Sepulturas Grupo B (entierros en decúbito)
La mayor parte de los 204 entierros correspondieron a cuerpos sepultados en decúbito supino (yaciendo sobre la espalda) aunque algunos se encontraron de costado y dos en decúbito prono (boca abajo).

Sepulcro número 19
Es una tumba típica femenina, según el Dr. Ekholm: esqueleto femenino pequeño, completo con la cabeza orientada hacia el norte. La cabeza reposaba en un banco de tierra dura. Cerca de 30 cm. sobre el cráneo había una tibia perteneciente a otro esqueleto. Al lado de los pies de este esqueleto y al mismo nivel había dos tazones, uno sin decoración alguna que aparecía hacia el oeste, y el otro, en el lado izquierdo del esqueleto había otro decorado y orientado hacia el este. El hueso frontal de este cráneo estaba destruido, sin embargo claramente se notaba que presentaba una deformación que lo hacía ver como un cráneo muy plano.
Alrededor de cada uno de los dos tobillos, aproximadamente al final de la tibia, había unas pequeñas sartas de cuentas de concha, Se notaba de inmediato que habían sido colocadas en bandas paralelas; además, alrededor de cada pierna (aproximadamente 4 pulgadas arriba del tobillo) había otra pequeña banda como una sarta de cuentas del mismo tipo.

Sepulcro número 22
Entierro doble. Los esqueletos yacían en forma paralela y muy juntos en el mismo nivel pero con las cabezas apuntando hacia direcciones opuestas. El primer esqueleto, con la cabeza apuntado hacia el sur, aparentemente era femenino a juzgar por lo que quedaba del cráneo aunque no se puede afirmar pues la osamenta estaba muy destruida.
El segundo esqueleto por la consistencia de los huesos parecía de un hombre cuya cabeza estaba orientada hacia el norte. Pequeñas manchas de ocre rojo estaban sobre la clavícula izquierda, muy cerca del hombro.

Sepulcro número 29
Un entierro muy importante se encontró al centro del montículo rodeado por 18 piezas de cerámica, tazones, jarrones y otros vasos y tiestos. El esqueleto era de un hombre adulto de aproximadamente 1.70 m de estatura ubicado decúbito supino y orientado con la cabeza hacia el norte. Este esqueleto parecía haber sido destrozado antes de enterrarse pues los huesos de las piernas no estaban en su lugar sino a un lado del torso y el cráneo estaba en nivel más bajo, orientado hacia el este, pero con la parte de la cara hacia abajo.
El entierro parece haber estado sobre la superficie pues aparece en el mismo nivel que el terreno circundante. Los tiestos y tazones lo rodeaban por completo  pero en un nivel aproximadamente  30 cm. más abajo; asimismo tenía un gran número de cuentas redondas, de concha, alrededor de sus manos.
Había evidencia de que el entierro había estado techado, pues en dirección de los pies se notaba que habían estado clavados unos postes de aproximadamente 10 cm. de diámetro y sobre ellos los restos de unas vigas, lo que permite deducir que había algún tipo de cubierta o de techo sobre el cuerpo. Había un considerable número de restos de madera quemada sobre el esqueleto, sin embargo ni el esqueleto ni las piezas de cerámica mostraban signos de haber sido sometidas al fuego. También había evidencia de  que alrededor del esqueleto, hubo madera que no fue quemada pero que había desaparecido al pudrirse con el tiempo.
Aparentemente el cuerpo estuvo colocado en una pequeña plataforma de tierra y yacía sobre un entarimado de madera delgada, pues había restos de fibras vegetales debajo de la osamenta. Como se anota arriba, las piezas de cerámica rodeaban los restos pero los pues yacían en sendos tazones decorados. El cráneo mostraba una deformación del hueso frontal que se había encontrado en la mayor parte de los otros cráneos del panteón.
Las piezas eran numerosas, por ejemplo, alrededor del tobillo derecho había una banda de cuatro cascabeles de cobre de aproximadamente 2 cm. cada cascabel; un trozo de tela estaba muy bien preservado encima de estos cascabeles; la tela era verde y sobre ella había unas manchas de ocre rojo. La tela era lisa por ambos lados.
Alrededor del tobillo izquierdo había numerosas cuentas de concha en forma de dientes. Alrededor de su cabeza y sus hombros había largas sartas de pequeñas cuentas tanto de hueso como de concha, labradas con mucho cuidado pues estaban perfectamente redondeadas y las perforaciones exactamente en el centro y en forma bicónica. Otras cuentas de este mismo tipo fueron encontradas esparcidas sobre el esqueleto lo que nos dice que probablemente eran adornos del vestido que cubría el cuerpo.
Por un lado del esqueleto estaba un pequeño cuenco lleno de polvo blanco. En el lado izquierdo había dos pequeños recipientes con ocre rojo, uno era un pequeño plato redondo, plano; el otro, también pequeño, era semiesférico. En el húmero izquierdo había varios brazaletes de concha, algunos manchados con ocre rojo y sobre el esqueleto había dos hojas de obsidiana y dos grandes discos de concha.
A ambos lados de la osamenta había dos cráneos-trofeo, que habían sido individualmente descarnados antes de colocarlos, puesto que estaban pintados con ocre rojo; el primero estaba ubicado debajo de la parte superior de las piernas, el otro debajo de la parte correspondiente al torso.
Una daga de hueso estaba sobre el fémur derecho y con los huesos de la mano derecha rodeando la empuñadura; había también una gran cantidad de cuentas redondas de concha alrededor de esta mano. Debajo y a los lados del cuchillo ceremonial había una capa de ocre rojo.

Tumba número 89
La osamenta de este entierro yacía en decúbito supino, identificada como de sexo femenino, su cráneo estaba inclinado a la izquierda, no así su mandíbula, la cual estaba en su posición original. Estos restos pertenecían, indudablemente, a una persona importante por la profusión de ofrendas y joyas que lo acompañaban.
Una gran cantidad (“muchas” dice Ekholm) de pulseras y sartas de cuentas cubrían sus brazos, colocadas del codo a la muñeca ordenadamente dos sartas de cuentas redondas separadas por una de cuentas alargadas de concha hasta llenar el brazo. En la muñeca izquierda tenía una pulsera de ocho cuentas de turquesa. Bajo el cráneo, que descansaba sobre una capa de cuentas de concha, había un collar con grandes cuentas de pirita, un par de aretes de turquesa y además cuatro cascabeles de cobre.
Se acompañaba de los siguientes artículos: un jarrón globular de alabastro, un jarrón alto color rojo, un jarro pequeño rojo, un tazón tripoidal rojo-ante Guasave, un tazón tripoidal policromo y una jarra pequeña policroma. Todos estos recipientes mostraban huellas de haber contenido substancias perecederas, posiblemente alimentos. Por último, una ristra de 19 pulseras de concha labradas con figuras estaba colocada en línea con el cuerpo.
Muchas de las osamentas de este panteón no pudieron ser conservadas pues el lugar presentaba una gran humedad por su proximidad con el río Sinaloa lo que hizo que los huesos se desintegraran por lo que la fecha aproximada de los entierros ha podido determinarse gracias a la clasificación de la cerámica que acompañaba a la mayor parte de los cuerpos sepultados aunque es posible que hoy puedan datarse con mayor precisión apoyándose en los adelantos técnicos auxiliares de la arqueología actual.
El informe de las excavaciones realizadas por el Dr. Gordon F. Ekholm sigue proporcionando material para los arqueólogos, sin embargo quienes necesiten investigar y trabajar con los objetos de esta misteriosa civilización prehispánica deberán remitirse al Museo Nacional de Historia Natural de Nueva York donde se guardan y exhiben la mayor parte de los objetos encontrados en el Sitio 117.
Como se ve en este somero análisis de la disposición y contenido de algunas de las tumbas del Sitio 117, es indudable que en terrenos de Guasave correspondientes al valle del río Sinaloa, por lo menos durante cuatro siglos, existió un pueblo que desarrolló una civilización muy adelantada.
Este panteón presenta tal variedad en la forma de sepultar a los muertos que implica la existencia de una cultura cuyo desarrollo fue muy rápido como se desprende de la cerámica depositada como ofrenda, la cual es de simple barro cocido encontrada en los entierros más antiguos, la cual corresponde al periodo Huatabampo (800 d.C.), a una manufactura que avanza conforme las sepulturas aparecen más recientes, pasando por cerámica pulida, a la bicolor del Guasave red-on-buff y culmina en las policromías Cerro Isabel que pueden fecharse en el año 1250.
Los decorados, que asombraron al Dr. Gordon Ekholm su descubridor, por la complejidad de algunos de sus diseños, los emparenta plenamente con la mixteca de Puebla y Oaxaca mientras que otros dibujos, exquisitamente elaborados los remite a contenidos de códice adelantando la opinión que, más que objetos religiosos, le parecen manifestaciones artísticas.
La existencia, además, de objetos de cobre y alabastro, elaborados con técnicas jamás descubiertas en la región prueba por otra parte que los moradores de Guasave tenían contacto con otros pueblos, tanto del norte como del sur.
Como consideración final se puede decir que los entierros más recientes revelan un real culto a los muertos y la certeza, desprendida del lujo de los entierros femeninos que, dentro de esta civilización, la mujer recibía un trato de igualdad respecto a los hombres.


Bibliografía:

 EKHOLM, Gordon F. "Excavations at Guasave, Sinaloa, México”  Volumen XXXVIII  de los Documentos  Antropológicos del Museo Nacional de Historia Natural de los Estados Unidos, Nueva York, USA. 1942

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Comercio entre Guasave y los Aztecas

COMERCIO PREHISPÁNICO ENTRE GUASAVE Y LOS AZTECAS
 

                          Trabajo presentado como ponencia en  
                                                                                 el  XXV  Congreso  Nacional de Cronistas,
                                             Tepeaca, Pue. (2003)
           
El valle del río Sinaloa, también conocido como Río Petatlán, ofrece características ideales  para  usos  agrícolas. Es un terreno plano, de  3,464.41  km2  de superficie, de las cuales unas 220,000 hectáreas cuya elevación máxima es de 30 metros sobre el nivel del mar son aptas para la agricultura y se aprovechan para una gran diversidad de cultivos. El clima, templado con temperatura media  anual de 23º/24º C., aporta lluvias con promedio anual de unos 500 milímetros, las tierras, aluviones de  alta  fertilidad,  están clasificadas como chestnut.  Actualmente  210,000  hectáreas están regadas por canalización.[1]  Ante estas características  geográficas y edafológicas no es extraño que en el  valle  floreciera una cultura con mucho adelanto respecto a los pueblos circundantes. La evidencia: objetos de cerámica, concha y otros materiales, extraídos al excavar 166 tumbas que contenían restos humanos.
Durante cuatrocientos años, los arqueólogos que estudiaron la prehispania mexicana fijaron la frontera noroccidental de la civilización mesoamericana en Chametla, un punto ubicado, ligeramente arriba del paralelo 22° 45’, a unos cincuenta  kilómetros del puerto sinaloense de Mazatlán y a 400 largos kilómetros al Sur de Guasave.
Si exceptuamos los míticos relatos del éxodo azteca desde su remoto Aztatlán, no había, pues,  razón para buscar restos arqueológicos en el Norte de la tierra de los once ríos, considerando que en  Teotihuacan, Palenque, Mitla y por lo menos una docena más de sitios en el centro de la República poseen enigmáticas pirámides, misteriosos cenotes, admirables frescos, esculturas sorprendentes y una documentadísima descripción de la vida de nuestros antepasados.
La región de la Árido-América mexicana del Noroeste no tenía atractivos arqueológicos. Sin piedra, sin feroces guerreros, sin el colorido de las plumas de quetzal o los atractivos dibujos bordados sobre los albos huipiles de algodón, el Noroeste era como afirma el padre Andrés Pérez de Ribas el país  de  “las gentes más bárbaras y fieras del nuevo orbe”.[2]
Al finalizar la tercera  década  del pasado siglo XX, Guasave, cuarta ciudad de Sinaloa, situada al norte del Estado y a 40 kilómetros del golfo de California era una somnolienta  población  rodeada   de  campos  productores  de maíz, garbanzo y  frijol.  Sus  habitantes sabían muy poco de la  historia del joven municipio, (creado apenas en 1916) y, en los escasos archivos disponibles, todos de la época colonial, solo estaban consignados sucesos acaecidos después de la llegada de los españoles al valle del Río Petatlán rebautizado Río Sinaloa en 1,583.[3]
 Todavía en los  primeros  meses  de  1938  se ignoraba que en Guasave había  existido  un  pueblo  cuya  civilización había fundido las  influencias culturales  del altiplano mexicano, del Sureste y de  los  ancestros  hohokam  del Norte haciendo florecer  una  variada,  riquísima,  producción  de  cerámica policromada y practicado elaborados ritos para enterrar a sus muertos
Los  pueblos  Yorem’mes, llamados “Cahitas” por los españoles,  eran relativamente nuevos en el área  cuando  los peninsulares llegaron  a  Sinaloa, por lo cual solo se  conocían  datos  que pudieron  recabar soldados, relatores y misioneros hispanos,  pero el pasado remoto y los anteriores pobladores de la región eran un misterio. Había sin embargo  exploraciones y estudios de antropólogos  y  arqueólogos  norteamericanos, entre ellos Carl Sauer, Otto Brandt y Elizabeth Kelly  que investigaron los pueblos prehispánicos establecidos en el Occidente de México. [4]
En mayo de 1938, el Dr. Gordon F. Ekholm, arqueólogo de  la  Universidad  de Pensilvania,  llegó al lugar registrado en su bitácora como Sitio 117, punto geográfico cercano a Guasave, Sinaloa localizado, sobre la cota  del  paralelo  25º 30' latitud Norte, geográfica  de  Guasave; al excavarlo se encontró con que la supuesta acumulación de basura, el supuesto basurero, era todo un túmulo funerario prehispánico donde encontró 204 entierros, de los cuales 166  eran tumbas completas y  21  entierros parciales donde también había  esqueletos aunque incompletos. Los hallazgos en el Sitio 117 de Guasave proporcionó a  los  arqueólogos  suficientes elementos para comparar y  relacionar las culturas del Centro de México, de Sureste  y  del  Sur, pertenecientes a la misma época en que floreció el  pueblo cuyo cementerio fue excavado por el Dr. Ekholm.
Además de los restos humanos, el cementerio contenía un verdadero tesoro arqueológico compuesto de platos, jarrones y recipientes de barro exquisitamente decorados así como centenares de objetos de concha, hueso, piedra, cobre y restos de tejidos de algodón.
La existencia de la civilización Guasave probada por los restos arqueológicos del Sitio 117,    ensanchó el horizonte  prehispánico del noroeste mexicano, acrecentándolo  con  nuevas perspectivas  de  investigación y ante todo enriqueciendo la Arqueología con los colores Guasave-Red y Guasave-Red-on-Buff , (Rojo Guasave y Rojo-en-Crema  Guasave) y con las policromías Guasave, Amole, Árguenas, Bamoa, Burrión, Dorado, Nío, San Pedro y Tamazula.
El informe de estos trabajos fue publicado en 1942, por el Dr. Ekholm bajo el título de "Excavations at Guasave, Sinaloa, México” y que obra en el Volumen XXXVIII  de los Documentos Antropológicos del Museo Nacional de Historia Natural de los Estados Unidos, de Nueva York, USA., donde existe una sección dedicada a la Cultura Guasave. Con esta sección se inicia el recorrido por la sala dedicada a las culturas prehispánicas de Meso América.[5]
 Ekholm se convirtió en un hombre  famoso,  reconocido   mundialmente  como  experto  en arqueología precolombina y fungió como encargado del departamento de arqueología mexicana desde principios de la década de los cincuenta.
La  orientación de los cuerpos no era homogénea. 51 cuerpos se enterraron con la  orientación cabeza-al-Sur, los demás no mostraron un orden preciso excepto las tumbas-olla cuya orientación general fue hacia el Norte. El relator nos  dice que aunque la mayor parte del tiempo se colocaron vasijas de arcilla cocida junto a los cuerpos enterrados, solo en la segunda fase de la evolución de este pueblo se observó  la  práctica  de acompañar a los cuerpos sepultados con piezas de cerámica.
  Los objetos siguen constituyendo,  la prueba que el Sitio  117  fue el asiento de "una avanzada cultura que  floreció,  por  lo  menos  hasta el año 1,300 de nuestra era." Esta cerámica y demás objetos encontrados muestran, claramente, su parentesco artesanal con las culturas de su época.
         Respecto   a la alfarería y otros  objetos encontrados  por el doctor Gordon F. Ekholm, en el Sitio 117, el propio Ekholm dice: "De las excavaciones se pudieron rescatar 155 objetos de cerámica (tazones, vasijas, platos y  jarras) completas las cuales pudieron ser clasificadas atendiendo a sus características de  material y de pintura.
         "...por la diversidad de  distintivos o tipologías... que tan solo en  uno  o  dos  casos  correspondían a la misma clase" "...la influencia de las policromías de los grupos de Puebla, Norte de Oaxaca  y Veracruz se definió sobre la base de los diseños de alfarería  y  los códices procedentes de estas regiones, policromía que desarrollaron los grupos culturales no después  del  año  1300  dC. (...) sin embargo, atendiendo a las  formas  policrómicas  fue  imposible  realizar una catalogación clara o una tipificación de una procedencia precisa. " (Ekholm)
 Este tipo de pintura está restringido a ciertas áreas delas tierras altas en los últimos períodos de las culturas de Mazapán y Coyotlatelco. La alfarería encontrada en Guasave emparenta pues, con las de la Mixteca de Oaxaca, el Oeste de Michoacán y Coyotlatelco en el Valle de México. Respecto a la decoración, la pintura es roja,  en  algunos  casos  café rojiza.
Volvemos a remitirnos a nuestro comentado, el doctor Ekholm para la ubicación arqueológica de la cerámica Guasave: "La alfarería rojo pardusco está  restringida a ciertos períodos de las tierras altas en el Valle de México, en Mazapán y en Coyotlatelco  los usos fueron  utilizados en el Período Intermedio o Chichimeca (aproximadamente entre 1,100 y 1,300 dc.) pero también  fue común en el Valle de Toluca en la región Matlatzinca y en períodos más tardíos de la región Mixteca de Oaxaca, sin embargo es más común en la región alteña  de  Jalisco  en  los alrededores de Atoyac y el lago de Chapala y  por último en el Norte de Zacatecas y Durango".
Los diseños. La mayor parte de los tiestos muestran una banda y, por lo menos en el  cincuenta  por  ciento  de los ejemplares, esta banda muestra lóbulos. “Las formas triangulares  casi  no se encuentran y aunque el trabajo realizado no es muy  fino al pintar, por lo general es ordenado;  las líneas  son siempre gruesas y una considerable porción de las  superficies están cubiertas con pintura y un detalle sumamente notable  es que en la mayor parte de los trazos se aprecian motivos radiados."
Los objetos muestran una característica poco común en la alfarería prehispánica de México: aparecen dibujos en pares que  el autor solo ha visto en los grabados del diseño de una jarra de El Álbum de Bea. Sin embargo, uno de los tazones presenta un diseño simétrico cuya porción  vertical  parece una modificación de una cresta  con  plumas y un jaguar rapado junto a líneas  y  círculos que, al decir de Ekholm,  patentiza los  sentimientos  de los pobladores prehispánicos de México.

La Policromía Aztatlán.
La prestigiada arqueóloga Elizabeth Kelly, una de las más acuciosas investigadoras  de  las  culturas prehispánicas del  Occidente  de  México, especialmente las que se aposentaron a lo largo de la costa sinaloense, denominó "Aztatlán" a la fase correspondiente a la Costa Oeste, cuya cerámica  tiene las siguientes características: uso generalizado del  rojo  pardusco  y la recurrencia de una incisión en forma de  banda blanca. El doctor Ekholm, considerando que existían algunas similitudes de la cerámica, especialmente por  el uso del rojo pardusco, denominó la alfarería rescatada en el sitio 117 como Policromía Aztatlán, sin embargo debemos notar que señaló, con toda precisión, que esta tipología solo ha sido encontrada en Guasave.
De la cerámica correspondiente  a  esta clasificación los excavadores encontraron cuatro vasijas. La  forma de los tazones es ligeramente más abierta que la correspondiente a la demás cerámica y las  paredes son más gruesas que la denominadas cerámica Guasave.
El famoso “Tazón 5 a”, que diera la vuelta al mundo debido a que Walter Krickeberg lo reproduce en su libro Las Culturas  Modernas  de Occidente,[6] es una pieza que, afirma el excavador, puede considerarse atípica en la cual aparece el dibujo de una divinidad cuya  descripción vale la pena reproducir: "Enmarcado en una serie de  dibujos, la cara aparece con una nariz  extremadamente larga y curva. El cabello aparece atado en un paquete cónico mientras los dientes se inscriben en un  cuadro que bordea la raíz  de  las  piezas  dentales dibujadas y, por último,  dos  glifos  que aparentemente salen de su  boca,  evidentemente hacen  referencia a su discurso; el de la parte superior tiene una ornamentación en forma de gran cresta y en la mandíbula aparecen las marcas del jaguar rapado”.
Otro de los tazones se destaca por su complicado  diseño  cuyo simbolismo llamó la atención de inmediato y le mereció ser descrito en primer lugar por el Dr. Ekholm.  La descripción fue minuciosa y de acuerdo con su Informe no pudo clasificar el dibujo dentro de ninguna  tipología  existente a la fecha  del  trabajo. Este tazón tiene: “Una  forma  sofisticada,  con  los fondos achatados, protuberancias en forma de bulbo para el soporte tripoidal y costados curvos. Es similar a las vasijas de las culturas avanzadas de México y Centroamérica." Es un tazón bajo, con bordes amplios. El interior y los costados  están cubiertos de pintura color  crema y  las figuras están en blanco y negro, muy bien ejecutadas con una banda de diseño en forma geométrica a lo largo de la decoración. La figura central es antropomorfa erecta y completamente vestida con un traje emplumado, con la cara formando una calavera cuyos dientes están enmarcados en un cuadro. El cráneo, con una proyección al centro de la cara con los ojos dentro de un círculo, la nariz extremadamente larga y se curva hacia abajo y muestra por lo menos un pendiente en la oreja. La pintura es completamente extraña a nuestros conocimientos de alfarería,  cerámica  y  decoración  de las culturas mexicanas. Artísticamente el manejo de los detalles solo puede encontrarse en las representaciones de dioses en los códices  mexicanos, aunque la cultura Guasave consistió en una fusión de religión y arte como en el centro de  México, pues aquí los dibujos parece que perdieron una gran parte de su significación mística".

Cascabeles: En el  Sitio 117  fueron  encontrados 134 pequeños objetos de cobre fundido, de los cuales  haremos una breve reseña, condensando los términos del trabajo de Ekholm para reabrir algunas interrogantes plantea la existencia de objetos de  cobre en un punto geográfico alejado de cualquier yacimiento de este metal detectado en el Occidente de México. Una de las más importantes es expuesta por el mismo  Dr.  Ekholm al expresar dentro de su informe: "No  tenemos conocimiento de otros objetos de cobre semejantes a  los  de  Guasave ya que en otras culturas este metal fue trabajado con técnicas distintas;  considero posible que todos estos objetos hayan sido importados del sur" aunque agrega más tarde que el cobre no había sido conocido en tiempos pre aztecas, es decir antes del año 1,100 d.C.
De estos 134 objetos de cobre  111 eran cascabeles (la traducción las denomina “campanas” –bells-) de cobre  con una forma parecida a una cápsula  vegetal, en tamaños que varían de 8 a 2 cm. 87 de ellos  estaban al rededor del tobillo derecho de la osamenta de la tumba No. 29 en las que el cordel con que estaban atadas se conservó gracias a las sales de cobre derivadas de estos objetos. Otros, hacen pensar  pertenecieron a un collar o gargantilla por la posición respecto del esqueleto junto al que se localizaron. Su factura indica sin duda que fueron  vaciados  pues todos tienen huellas de las venas  por  donde fluyó el metal al molde. En su interior tienen una pequeña esfera del mismo metal que actúa como resonador.
Es especialmente importante hacer mención que en algunas tumbas fueron  encontrados cascabeles cuya parte superior, de donde se sujetaban, es tan grande que indica que eran usados como anillos. El arqueólogo hace notar que los cascabeles-anillo fueron  encontrados en una de las tumbas más altas y menos antiguas del montículo. La pieza más  larga  de  ellas  es  exactamente igual a las encontradas en Atoyac, Jalisco, y hace especial énfasis en estos objetos. De uno de los cuales dice: "Esta forma de campana  no ha sido reportada anteriormente y representa una forma tipológica menos desarrollada que los anillos".

Es indudable que la fijación de Guasave, como frontera Norte de la civilización mesoamericana está plenamente justificada considerando las pruebas del asentamiento de una elevada cultura en el centro del gran valle entre los ríos Fuerte y Mocorito ya que el decorado de la Policromía Guasave  muestra un claro parentesco la alfarería encontrada en otros centros culturales, especialmente en el Sureste, en el  Valle  de México y en las Mixtecas Poblana y Oaxaquense y además  mezcla, influencias  de la civilización mesoamericana con las procedentes de los pueblos del  Norte. 

Queda por descubrir  la ubicación del asentamiento humano  que  enterraba sus muertos en el Sitio 117; El asentamiento humano que desarrolló la Cultura Guasave, tuvo la capacidad de producir o por lo menos conseguir tal cantidad de alfarería y diferentes objetos metálicos y de piedra encontrados  en  el  cementerio que no es posible pensar en una comunidad pequeña ni aislada pues este cementerio muestra en su que los  cuerpos  sepultados  pertenecen a diferentes estadios del desarrollo de  la  Cultura Guasave. 200 osamentas no pueden constituir la totalidad  de  defunciones  en  una comunidad a cuya existencia puede calcularse  por  lo  menos  en unos 300 años, demostrada por  las influencia plasmadas en su cerámica, provenientes de dos  o tres núcleos culturales los cuales abarcan un período que se extiende a lo largo de 3 siglos: Desde la conexión con las primitivas culturas del Sur de Sonora testificada por la cerámica Huatabampo  hasta el principio de la Cultura Aztatlán,  pasando por el período de expansión de la Cultura Mixteca de Puebla a partir del 1,100 de nuestra era.

La  inexplicable  desaparición  de este pueblo  de  agricultores  del   paisaje  prehispánico  en  el Occidente de México es un misterio a descifrar ya que cuando llegaron los  españoles a tierras sinaloenses en el Siglo XVI, no existía ya el más ligero  rastro  de  esta  cultura  sin duda adelantada que no muestra evidencia de haber estado en decadencia sino al contrario,  los estratos superiores del túmulo mortuorio, donde se encontraron los  sepulcros  más  recientes, proporcionaron la cerámica mejor elaborada. La mayor  calidad de trabajo de sus alfareros,  tejedores  y  decoradores,  prueban  una sociedad vigorosa.
Tampoco puede pensarse en una guerra generalizada. La Cultura  Guasave floreció en tiempos en los cuales  el  arco,  la  flecha  y  la  jabalina eran armas utilizadas en toda América por lo que es notable que el  arqueólogo norteamericano no reporta el hallazgo de puntas de  flecha  ni hachas de combate dentro de ninguno de  los sepulcros. Ekholm especifica,  con  toda  claridad,  que  las puntas de flecha y las  hachas  de  piedra  que  aparecen consignados  en su trabajo, fueron encontradas en lugares aledaños a la excavación a lo cual, en mi concepto, se refiere la interesante observación que  hace   el   Dr. Ekholm al final de su informe "excluyendo  las  vasijas tripoidales  y  tetrapoidales,  todo el listado de características parece haber aparecido en el Sureste, más que en México, este es un hecho asombroso...".
 Todo lo anterior sustenta mi opinión de que, entre Guasave y el centro de la república, incluyendo la región  la Mixteca poblana existió un activo comercio de materiales y de objetos elaborados, como sostiene John P. Carpenter  en su ponencia El Ombligo en la Labor, Nuevas Perspectivas del Sitio de Guasave”,[7]  trabajo presentado en la mesa redonda sobre  las culturas prehispánicas del Occidente de México.  Carpenter  se apoya en el informe del Dr. Ekholm sobre las piezas arqueológicas desenterradas en el Sitio 117,  efectuando un re-análisis de este conjunto mortuorio, pero desdeña la simple descripción de los diseños y los encara como testimonios en una nueva perspectiva político-económica de los sistemas de intercambio establecidos sobre el modelo azteca-pochteca, y sustenta su tesis en el parentesco de las técnicas para la elaboración de la cerámica Guasave, así como el uso de grecas, figuras emplumadas, orejeras, detalles de tocados,  representación del jaguar rapado, glifos representando el discurso y la forma del perfil en los dibujos de rostros humanos de los objetos de cerámica Guasave por lo cual propone la existencia de una clara corriente comercial entre Guasave y Tenochtitlán.

Bibliografía





[1] MONOGRAFÍA DE GUASAVE, SINALOA.  Dirección de Estadística y Estudios Económicos;  Gobierno
    del Estado de Sinaloa. 1990.

[2] GONZALEZ, JOSE  "Historia del Presidio y Misión de San Felipe y Santiago de Sinaloa 1583-1769"     Colegio de Bachilleres del Estado de Sinaloa (COBAES) 1998

[3] RUIZ, ANTONIO "La Conquista de Sinaloa” (La Relación de Antonio Ruiz, 1583-1596). Anotada y comentada  por  el historiador  Antonio Nakayama. COBAES/CEHNO A.C. 1992

[4] SAUER, Carl, Distribución de las tribus y las lenguas aborígenes del noroeste de  México. 1998, Siglo
   XXI Editores.

[5] EKHOLM, Gordon F. "Excavations at Guasave, Sinaloa, México”  Volumen XXXVIII  de los Documentos
 Antropológicos del Museo Nacional de Historia Natural de los Estados Unidos, Nueva York, USA. 1942

[6] KRICKEBERG, Walter. Las Culturas Modernas de Occidente. Ed. Fondo de Cultura Económica. México.
  1949.

[7] CARPENTER, John P. "El Ombligo en la Labor, Nuevas Perspectivas del Sitio de Guasave”